Presbítero Marcelo Barrionuevo
Siguiendo algunas líneas de reflexión del P. Juan Huarte, op, meditemos. En la etapa final de la historia Dios nos ha hablado en Hijo, en esa Palabra abreviada del Padre hecha carne, la definitiva y amorosa que se nos revela en su ser más íntimo: ha aparecido la bondad de Dios entre los hombres. Es así como concebían y presentaban los primeros cristianos la identidad de Jesús en el marco del misterio de Dios. El que es la Palabra de Dios se nos hace cercano, se aproxima, ha venido a los suyos y se ha hecho uno de ellos. El Dios trascendente, el totalmente Otro, se hace humano: la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La Palabra eterna del Padre, como dirá san Mateo, se ha hecho Emmanuel, Dios con nosotros.
Es el Dios que ha buscado y busca a toda costa conversar con los suyos y que adopta el inesperado gesto de acercarse al hombre en las entrañas de una sencilla mujer nazarena. El evangelista Lucas hace su entrañable relato del nacimiento de Jesús mostrándonos, en su aparente sencillez, la paradójica grandeza escondida en el arcano de un Dios convertido en la frágil figura de un niño.
El Papa San León Magno (siglo V), en la celebración festiva de todo el pueblo cristiano, comenzaba el Sermón sobre la Natividad del Señor con estas solemnes palabras: Alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida. Como reza nuestra liturgia: hoy, en el mundo, los cielos destilan miel, porque del cielo ha descendido la paz verdadera, el Príncipe de la paz.
¿Qué queda de la algarabía y el alborozo popular con que celebramos estas fiestas navideñas contagiados por las luces que iluminan y llenan de colorido los rincones de nuestras ciudades y pueblos? Es verdad que en estos días emergen nuestros mejores sentimientos y deseos dentro de la familia y en la sociedad. Pero, ¿qué filtramos, qué queda como vivencia personal?
El Papa Francisco nos dice en su Carta Apostólica Admirabile signum que el belén constituye para todos, empezando por los más humildes y sencillos, “un Evangelio vivo”, que nos hace ver y presenciar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia: “la Vida (el mismo origen de la vida) se nos hizo visible en él” (1Jn 1,2). Y prosigue: es así como Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados y marginados, la revolución del amor y de la ternura.
No olvidemos que el portal del belén pone a prueba la capacidad de comprensión y aceptación de nuestra fe cristiana. Lejos de la corriente consumista y del sentimentalismo vacío, san Juan dejó caer una oportuna advertencia: vino a los suyos y no le recibieron. Palabras que suenan muy duras dentro del contexto navideño.
Que estos días que nos tocan vivir, en medio de cambios y reformas estructurales de la institucionalidad, no nos desanime a volver apostar por nuestro Dios niño y confiar que nada se consigue sin sacrificios. El camino de Dios fue bajar a la cercanía del hombre; los cristianos estamos llamados a reconocer a Dios en la Historia pero también a hacernos cargo de esa historia difícil que nos toca transitar. A no perder la confianza y la esperanza, ¡Dios ha nacido!
Para todos, ¡Feliz Navidad!